Con pasos inseguros, salgo del cuarto y me dirijo al baño. Abro la llave del agua caliente con la esperanza de que ésta salga. Espero unos segundos hasta que recuerdo que eso no va a suceder. Meto una mano y la dejo en el chorro, esperando convencer al resto del cuerpo que haga lo mismo. Cuando esto pasa, me calzo con las chanclas, y me lanzo a la aventura. Generalmente el primer impacto es el mayor, taladran el cuerpo gotas de agua helada. Seguido de espasmos y brincos para generar calor, cuando puedo controlar la respiración tomo el jabón o el champú para proceder con la limpieza. Cierro las llaves mientras me enjabono, y al abrirlas ya no es tanto el impacto, procediendo a enjuagar lo más rápido que se pueda.
Me seco y visto con la ayuda de una linterna, tomando lo primero que salga del closet. A últimas fechas se ha tornado complicado encontar calcetines o zapatos que sean pares. El arreglo culmina cuando me peino en algún alto ayudado por el espejo de vanidad, y la cera que ya sólo se usa en el coche.
Y todo para que me digan desaliñado.
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